El Cambio Climático

Desafío del siglo XXI

Es ampliamente reconocido que el Cambio Climático es uno de los más graves desafíos que enfrenta la Humanidad en el siglo XXI. No se trata solo de un fenómeno de la física y la química de la atmósfera, sino que además tiene implicancias en la ecología del planeta y desiguales y complicadas derivaciones sobre el sistema socioeconómico global. Debido a ello no puede ignorarse y, lógicamente, está instalado en los debates y la negociación internacional.

Presión Humana al Planeta

El Cambio Climático es el emergente de un algo más amplio, signado por la creciente presión humana sobre el planeta. Esta presión es consecuencia, tanto del aumento de la población, como del mayor nivel promedio de bienestar y consumo, ambos acelerados a partir de la segunda mitad del siglo XVIII. A este periodo se lo designa como Antropoceno y se inicia con la primera revolución industrial. Durante el mismo, la humanidad se ha convertido en una fuerza geofísica de igual o mayor importancia que los factores naturales en la evolución de la Tierra. El Cambio Climático es el emergente de un algo más amplio, signado por la creciente presión humana sobre el planeta. Esta presión es consecuencia, tanto del aumento de la población, como del mayor nivel promedio de bienestar y consumo, ambos acelerados a partir de la segunda mitad del siglo XVIII.

A este periodo se lo designa como Antropoceno y se inicia con la primera revolución industrial. Durante el mismo, la humanidad se ha convertido en una fuerza geofísica de igual o mayor importancia que los factores naturales en la evolución de la Tierra. No solo hemos alterado la composición química de la atmosfera por emisiones, sino que también hemos alterado el albedo de la superficie terrestre a través de la homogenización del paisaje y los cambios en el uso de la tierra. Esto aumentó los gases de efecto invernadero y alteró el forzamiento radiactivo, dando lugar al Cambio Climático. Además, acumulamos residuos peligrosos, como los nucleares que perdurarán por milenios. Contaminamos los suelos, las aguas superficiales y subterráneas y hasta los mismos océanos. La antropización sin pausa de los hábitats naturales está reduciendo la diversidad biológica hasta el punto de que ya se habla de la extinción del Antropoceno.

Es difícil sobrestimar las consecuencias de este cambio cualitativo de la relación de la humanidad con la Tierra y en particular con su clima.

Los peores escenarios de Cambio Climático suponen que el traspaso de umbrales térmicos que pueden derivar en nuevos estados de equilibro, donde las condiciones de vida como la conocemos podrían dejar de existir. No obstante, las emisiones de gases de efectos invernadero (GEIs) siguen aumentando y los compromisos sobre las futuras emisiones asumidos por los gobiernos del mundo no son suficientes.

El Cambio Climático requiere una respuesta internacional urgente y consistente con la gravedad de sus implicancias. No basta la creciente concientización y los reclamos por soluciones desde sectores de la opinión pública y de líderes políticos y sociales. . Además, se requieren cambios profundos en el sistema productivo y energético, que se encuentran imbricados con innumerables desafíos socioculturales.

La gran inercia del sistema socioeconómico global está entre las mayores dificultades para reducir y neutralizar las emisiones. Mas del 80 % de la energía primaria proviene de combustibles fósiles. Esta energía es fuente de las emisiones de dióxido de carbono (CO2), principal gas de efecto invernadero (GEIs) desde 1990que permanece en la atmósfera por más de 100 años.

Eliminar o reducir sustancialmente el uso de los combustibles fósiles implica reemplazar el equipamiento e infraestructura destinada a su extracción, transporte, distribución y consumo, por otras inherentes a las energías alternativas e industrias asociadas. Si ese recambio se acelerara más allá del normal periodo de envejecimiento y obsolescencia, implicaría costos enormes que afectarían a la economía mundial. Si, por el contrario, se produjera un reemplazo paulatino siguiendo los tiempos de la renovación del capital físico, eso no sería compatible con la necesidad de reducir las emisiones de GEIs y otros factores de cambio global. Los acuerdos internacionales han buscado un equilibrio entre la necesidad de cambios urgentes y su costo.

Los intereses vinculados al uso de las energías fósiles no resignarán sus beneficios sin ofrecer resistencia. Han tratado de influir a la opinión pública alentando opiniones escépticas. Sus lobbies han tenido éxitos significativos en gobiernos claves. Por ejemplo, los objetivos del Acuerdo de Paris de limitar el calentamiento del planeta a menos de 2ºC y si fuera posible a menos de 1,5ºC, requieren que los países con yacimientos prescindan de los beneficios de la extracción en la mayor parte de las reservas de carbón y de hidrocarburos.

Otra gran dificultad es que actualmente las mayores emisiones de CO2 son de los países en desarrollo. En cambio, las de los países de altos ingresos tuvieron una leve declinación desde alrededor del 2005. Las emisiones de los países en desarrollo se aceleraron notablemente en lo que va de este siglo y hoy suman el 65% del total, mientras solo el 35% restante corresponde a los países ricos. Esta nueva situación es ahora la mayor causa objetiva que dificulta la reducción global de las emisiones a niveles compatibles con un cambio moderado y, no demasiado peligroso del clima.

Los países en desarrollo necesitan crecer para corregir sus generalizadas situaciones de pobreza y eso va a requerir de más energía y, por ello, de más emisiones de GEIs. A pesar de los reclamos y expectativas sobre una transformación energética, esta llevará tiempo, y mientras tanto no se puede escapar del dilema entre una sociedad global con menos pobreza y un clima sin cambios riesgosos. No será fácil que los países en desarrollo sacrifiquen su crecimiento económico en aras del bienestar climático global.

Esta actitud se fundamenta en el principio de equidad que en materia de emisiones está lejos de cumplirse. Los países de altos ingresos, aunque solo emiten el 35 % del dióxido de carbono, tienen apenas el 20 % de la población mundial, por lo que sus emisiones per cápita son algo más del doble que las del conjunto de los países de ingreso medio y bajo. Esta situación de inequidad se repite en los mismos términos al interior de las naciones, ricas, emergentes o pobres. Pero no solo se trata de equidad, hay además diferencias objetivas en la posibilidad de reducir emisiones entre ambos grupos de países.

Los países desarrollados tienden a crecen fundamentalmente en los sectores de servicios, los que en general demandan poca energía, como, por ejemplo: la educación, las finanzas y la salud. A eso, suman el proceso de desmaterialización de la economía, producto de los avances en las comunicaciones, la informática y los nuevos materiales. Aunque las economías menos desarrolladas no son ajenas a estos cambios, en ellas el crecimiento tiene todavía un sesgo hacia una mayor demanda de bienes materiales que requieren de energía y recursos naturales. Ello es inevitable, ya que incluyen poblaciones con deficiente alimentación y privadas de los elementales servicios de una sociedad moderna, la electricidad y el agua potable entre ellos. Todavía 1.200 millones de personas, y solo en la India 500 millones, no tienen servicios de electricidad, con todas las privaciones que ello supone.

Estas características diferentes en el tipo de crecimiento económico entre los países ricos y en desarrollo se traducen en la distinta demanda de energía primaria para el crecimiento económico. En efecto, el conjunto de los países desarrollados más que duplicó su PBI per cápita en los últimos 50 años sin mayores cambios en su demanda de energía primaria. En cambio, el crecimiento del PBI per cápita de Latinoamérica y muy especialmente de Asia estuvo acompañado de un marcado incremento en la demanda energética. Es decir, mientras que los países ricos pudieron crecer sin necesidad de mucha mayor energía y por consiguiente sin mayores emisiones GEIs, los países en desarrollo, que por otra parte están creciendo más rápido, requieren para su desarrollo de más energía y más emisiones.

Una lectura de este cuadro de situación es que el Cambio Climático se acelerará los próximos 20 años. En particular, se espera una creciente frecuencia e intensidad de ciertos extremos climáticos y de sus consecuencias, como tormentas, olas de calor, inundaciones e incendios forestales. Por consiguiente, la adaptación a las nuevas condiciones climáticas será cada vez más necesaria y parte importante de la agenda para enfrentar el Cambio Climático, no solo de los gobiernos, sino de la sociedad en general.

El Papel de la Sociedad Civil

Analizar las implicancias del Cambio Climático implica necesariamente abarcar amplios temas económicos, culturales y políticos del presente y del futuro.

Para sociedades, como la argentina, poco inclinadas a mirar más allá del presente, el Cambio Climático es un difícil desafío, pero también una oportunidad para comenzar a pensar el largo plazo. Ante esta circunstancia, es poco lo que se puede esperar del accionar oficial, casi siempre sumergido en la coyuntura y mucho lo que puede aportar la sociedad civil.

A pesar del gran consenso en la opinión pública y de los llamamientos de importantes figuras de la cultura, los negocios y la política, los compromisos asumidos por los gobiernos del mundo en el Acuerdo de París no alcanzan para reducir las crecientes emisiones de GEIs. Además, se avizora la reconfiguración de la producción y del comercio mundial de alimentos, y la transformación energética y tecnológica. El funcionamiento del sistema socioeconómico no puede soslayarse en una visión estratégica.

En Argentina, la sociedad civil ha sido exitosa en instalar en la opinión pública el riesgo del Cambio Climático. Sin dejar de actuar como motor de concientización, debería comenzar a liderar la discusión integral de lo que implica el Cambio Climático y sus consecuencias ambientales, económicas y tecnológicas en el desarrollo socioeconómico del país. Otro aspecto en el que la sociedad civil debiera involucrarse es en la promoción de la inevitable adaptación al Cambio Climático que no puede quedar restringida a la iniciativa gubernamental. La experiencia indica que, ante la enorme variedad de circunstancias, locales y de diversa naturaleza física, biológica o socioeconómica que surgen del Cambio Climático, las iniciativas de adaptación individuales o sectoriales que se generan en forma autónoma no solo son oportunas, sino muy necesarias ya que no siempre pueden detectarse y concretarse en forma centralizada.

La Asociación Civil Carlos Mallmann

La Asociación Civil Carlos Mallmann aspira a convertirse en un nodo de pensamiento que ayude a conformar un país más justo y con mayor bienestar general, a la vez que contribuya a la paz y a la gobernanza mundial.

En la Argentina falta la elaboración de un pensamiento integrador que se proyecte en el futuro. Proyección que para ser viable no debe ser voluntarista y estrictamente doctrinaria, sino basada en las realidades tecnológicas, económicas, políticas y ambientales del mundo moderno. Entre esas realidades está el Cambio Climático y la necesidad de mitigarlo y también, inevitablemente, de adaptarse al mismo.

En ese sentido, en la Asociación Civil Carlos Mallmann considera como sus ejes, la discusión y promoción de acciones de mitigación y adaptación del Cambio Climático consistentes con el desarrollo sustentable y con el impulso de transformaciones culturales, económicas y tecnológicas.